jueves, 18 de diciembre de 2008

Tigrito, pintito.

El muchacho le grita a su madre.
—Ya me voy.
Lanza las llaves del coche al aire, las cacha y cierra la puerta tras de sí.
La madre le grita.
—No te vayas, ya es de noche mejor quédate, no debes beber mientras manejas.
El muchacho vuelve a la casa, entra directo a la cantina, coge una botella de ron y la esconde bajo la chamarra de piel. Sale de nuevo a la calle y arranca el coche rechinando llanta.
—Es buen muchacho, muy responsable y obediente, nunca toma mientras maneja —afirma la madre con la mirada extraviada y la quinta copa de tequila en la mano.

martes, 9 de diciembre de 2008

El arcángel de la escalinata III

La necesidad se volvió apremiante al ver la tarde nublada. Ya no la puedo controlar. Soy un adicto. Me es imprescindible el dócil tacto de la túnica sobre mi piel, el maquillaje, las alas... Deslizándome despacio entre las nubes bajas llegué a la escalinata, frente al templo. En cada acción toda mi mente; mano sobre el pasamanos, pie derecho un peldaño arriba. Aspiración profunda y expiración lenta, muy lenta... Inmóvil. El tiempo se fundió con la niebla y el mimo se apoderó de mí, sólo sentía la fuerza de las miradas. Mimo, audiencia y yo unidos para crear un arcángel.
Una mujer, sin mirarnos, abrió su bolso, sacó unas monedas y las dejó caer a mis pies. Me quité las alas, recogí el dinero y me fui de allí.




Dibujo: Amélie Olaiz

lunes, 8 de diciembre de 2008

El arcángel de la escalinata II

La neblina se desplazaba abrazando los edificios viejos. Yo cubrí mi cuello con la solapa del abrigo negro y caminé de prisa hacía la sacristía. Poca gente circulaba en la calle. Sobre las escaleras de mi parroquia creí ver una figura que desplegaba sus alas blancas. Parecía haberse helado durante el ascenso. Las nubes se rendían a sus pies. El viento, cómplice musical, jugaba con su túnica y su melena. Un suave aroma a caramelo se desprendía de sus plumas. Los milagros dejaban de ser primores del pasado. Gracias Señor, al fin escuchaste mis oraciones, murmuré mientras lo observaba arrobado. Una mujer pasó junto a él, metió la mano en su bolsa, sacó una moneda y sin verlo siquiera la dejó caer a sus pies. El mimo se quitó las alas, bajó la escalinata y se fue de ahí.

lunes, 1 de diciembre de 2008



Dibujo de Mike Kirby

lunes, 24 de noviembre de 2008

Déjà -vu

Pequeñas tuercas, tornillos y engranes ocupan su sitio. Trozos blancos se unen y la carátula deja de ser un rompecabezas imposible. Los romanos vuelven de direcciones opuestas y se integran al orden determinado. Las manecillas regresan como flechas que recobran el rumbo. La cadenilla, una serpiente de oro suspendida en el espacio, se engancha a la tapa. Huesos, uñas, vellos y piel son de nuevo las manos que sostienen el reloj de bolsillo. El hombre, ya sin prisa, lee la frase que su tatarabuelo grabó: “No fuerces el tiempo porque puede explotarte en las manos”