sábado, 3 de enero de 2009

Miniguerras frente a la pantalla

La madre mira la televisión. El programa que hoy tiene más raiting es el ataque americano a Irak. Pero a ella lo que más le preocupa es su hermano. El chico es muy joven y pertenece a las tropas que atacarán Irak por tierra. Por eso no pierde detalle.
Mientras prepara la cena, supone que miles de seres humanos ven estos acontecimientos al igual que ella. Amanda su hija la saca de sus cavilaciones.
—¿A que huele?— pregunta la niña parada frente a la televisión.
A pollo cocido…—dice la madre
—No mamá, ¿a qué huele la guerra?
Huele a muerto, piensa mamá, pero sólo alcanza a mascullar un tímido:
—No sé.

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Bob está recostado con una bolsa de papas fritas sobre el vientre y una cerveza helada en la mesa donde está la fotografía de su pequeña hija Amanda. La niña prefiere quedarse con la madre el fin de semana. Una punzada se le encaja en el estómago cuando piensa en ella, pero así son los divorcios y no puede remediarlo. Bob tiene los ojos fijos en la pantalla y su piel se ilumina y se oscurece con cada destello que emerge de la tele, efecto de los misiles que caen sobre la ciudad de Bagdad.
Su hijo le pregunta si ha visto el balón de fútbol americano, el padre no responde porque la ofensiva está en pleno y faltan algunas yardas por avanzar. El niño mete una mano dentro de la bolsa, toma un puño de papas que se mete a la boca, vuelve la mirada hacia la pantalla y con la boca medio llena le pregunta al padre
—¿A qué sabe la guerra?
—…¿eh?
El chico mira la bebida de su padre sobre la mesita y piensa que quizá lo salado se mitigue con un buen trago de cerveza. Bebe el liquido que se le derrama por las comisuras de la boca. La sensación amarga le molesta pero piensa en tomar otro trago.
—Largo de aquí muchacho— grita el padre mientras le da una cariñosa nalgada —vete por una coca cola al refrigerador y trae otra cerveza.
El chico olvida el balón, la coca y la cerveza. Toma el rifle de postas que está recargado junto al sillón. En la mañana vio un nido de pájaros en el árbol del patio trasero, quizá aún haya suficiente luz para atinarle.

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Eudora llega agotada del despacho de abogados. Nada como un buen baño, piensa. Abre la llave del agua caliente y agrega menjurjes a la tina. Prende la televisión y jala el mueble con rueditas que la soporta para ponerlo frente a la puerta del baño. Quiere ver las imágenes de las noticias que escuchó por la radio de su BMW cuando volvía a casa. El tráfico estaba denso así que se enteró de las últimas acciones del ejercito americano. El presidente Bush se irá a descansar a la casa de campo el fin de semana. Ha convidado a todos los ciudadanos a hacer lo mismo. Las tropas americanas se encargarán de defender los intereses de Norteamérica, de Dios y del mundo. Baja el volumen de la tele y pone el aparato de música sobre los lavabos. Introduce un CD de Britney Spears y se sumerge entre burbujas y sales aromáticas. La temperatura de su cuerpo aumenta abruptamente. Las imágenes de guerra y la música inquietan sus deseos. Bob no vendrá está noche porque cuida a su hijo. Mete las manos bajo las burbujas que toman el color ámbar de las explosiones, toca su sexo y arquea el cuerpo con los ojos bien cerrados.

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Andy entra a casa jalando a July de la mano. Antes de cerrar la puerta ella lo acorrala contra la pared y le lame la cara. Andy trata de desvestirla con desesperación. Ella lo para, cierra la puerta de una patada y le dice:
—Primero un toque, así disfrutamos más.
Andy tira la chamarra sobre el loveseat y prende la pantalla gigante, no quiere ver la tele pero el movimiento es automático y ni siquiera lo piensa, cada vez que llega a casa hace lo mismo.
July saca unas sábanas que compró fuera de la universidad y de la alacena extrae un bote pequeño que dice cookies. Saca mota suficiente para hacer un cigarrillo que prende, chupa ansiosamente y lo pone en la boca de Andy. Las sensaciones se afinan y July recuerda que todo su cuerpo tiene vellos. Andy la desviste, luego la empuja hasta acostarla sobre la chamarra que aventó frente a la tele. Las imágenes se tiñen de amarillo explosión y Andy descubre que los colores de la guerra son más brillantes cuando se monta encima de July y la penetra.
La imagen del misil que destruye el cuartel general de Saddam Houssein ilumina a la pareja desnuda sobre el sillón de piel negra. Andy puja para tocar fondo, levanta el tronco y termina en un orgasmo viendo la pantalla que le regaló Eudora, su amada hermana.

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Naira está sentada sobre el sillón frente a la TV cuando llega su marido a casa. Junto tiene varias mesas con todo lo que puede necesitar, jarra de agua, libros que nunca lee, bolsas de cacahuates y papas fritas, un periódico, el teléfono inalámbrico, un par de botellas de refresco y un tanque de oxigeno en el lado derecho. Pero lo más importante está sobre la mesita lateral, los controles de su mundo, un mundo que puede apagar y prender a placer: la antena parabólica, la video casetera, la televisión. Todo a mano para evitar moverse.
—Parece Rambo VII— dice el marido después de sentarse frente a la tele.
—No sé, nunca he visto nada de ese actor, sabes que odio la agresión y las películas de guerra— dice Nadira sin mirarlo.
Las explosiones en los diversos puntos de la ciudad árabe la tienen absorta. ¿Y si aún existieran familiares suyos en Bagadad? ¿Cómo saberlo? Hace tanto tiempo que perdió contacto con sus primos…
Hace dos semanas sufrió una intervención quirúrgica. July su hija es esposa de uno de los médicos que la operó . Dice que su marido afirma que la cirugía fue un éxito.
Naira se alegra de que sus abuelos árabes hayan decidido venir a América. Allá estaría muerta ahora. La tecnología de la primera potencia del mundo es increíble. Gracias a esto la han salvado y tendrá cuando menos quince años más de vida. Quince años más para seguir viendo la tele.

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