domingo, 8 de febrero de 2009

Un hombre consciente de su sombra

Amélie Olaiz
Cada tarde cuando anochece Javier se pone su sombrero y sale a pasear. Le gusta sentir el aire de la noche en la cara, pero se cubre la cabeza para que las ideas se sientan seguras y se expresen abiertamente. Por la acera, junto al parque, iluminado por los faroles, se ve al hombre que camina acompañado por su sombra.

Siempre ha sido un solitario y así quiere seguir viviendo; alejado del bullicio que perturba. Camina pendiente de su respiración y los pensamientos aparecen lentos en su mente, tan lentos que es capaz de desmenuzar su contenido y hacerlo mendrugos que suelta a su paso. Gracias a esos mendrugos su sombra lo ha seguido hasta hoy, con ellos se mantiene entretenida.

Por el camino ven pasar las sombras de las personas, la mayoría van unidas; algunas en pareja mezclándose como si fueran una sola, otras juegan en grupo sobre el asfalto, algunas se reúnen en una esquina o parlotean con conocidas. A la sombra de Javier le hubiera gustado tener más contacto social, más relación con las sombras, bailar, conversar y observarse en un muro escondido dando un beso. Hasta tomar un par de tragos y caminar haciendo zig zag entre la luz y la sombra le hubiera divertido.

Pero a Javier no y ella no ha tenido más remedio que seguirlo. Lo quiere bien, aunque está un poco aburrida de la misma rutina y la silenciosa soledad que los rodea. Javier lo sabe, por eso cada noche la saca a pasear, para que se distraiga y viva un poco del bullicio citadino.

Hace varias noches Javier notó que las sombras de dos transeúntes, tan cotidianos como él en sus paseos, los miraban con insistencia, una insistencia que Javier calificó como grosera. También se percató de que su sombra, curiosa, miraba de hito en hito a los sombríos intrusos visuales. Por eso aceleró el paso y caminó con más firmeza, pero un pequeño jalón en el pie izquierdo lo hizo pensar que una parte de su sombra se había desprendido. A medio día, cuando el sol estaba en el cenit, se paró sobre ella y talló los pies contra el piso para que la sombra se adhiriera de nuevo con fuerza.

Confiado salió la noche siguiente y varias más, hasta que hoy la sombra se desprendió por completo. Javier la vio correr calle arriba para reunirse con otras sombras, entre ellas la de una mujer de silueta fina y cuello largo. Dos grandes lágrimas cayeron de los ojos de Javier y se borraron en la oscuridad del pavimento. Antes de perderla de vista, las luces de un auto iluminaron un muro y la vio muy acompañada y contenta. Ya volverá, piensa Javier, que sabe lo importante que es para cualquiera balancear su luz y su sombra.

2 comentarios:

joseluis dijo...

Casi siempre que veo un sombra, llego irremediablemente a una novela de PIT II, donde van buscando a un personaje que nadie sabe quien es, sólo van tras él, tras su rastro, has que uno de los personajes le dice al otro algo así como "ya nos hemos convertido en sombras de la sombra", donde la sombra era ese ser incógnito.

Aquí, en tu escrito, me ha encantado la vida que tiene la sombra, el conocimiento de que regresará, el juego a lo Jung de la parte que convive con nosotros, oscura (¿?), que no queremos, pero que debemos terminar aceptando como parte nuestra, y aquí, en tu historia, tiene que ir, ser adquirir esa independencia, ese ser, ese asomar para mezclarse con las sombras, las partes oscuras de los otros que somos nosotros en el día día y... Mejor le paro... Te digo, me ha encantado tu texto.

Felicitaciones :-)

Amélie dijo...

Gracias José Luis, no había leído tu comentario, es muy lindo. Un abrazo
Amélie